¿Cuándo cobró tanta importancia una camiseta?
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Un cuento en el tren y mis reflexiones
25 de agosto de 2021
Estaba sentada en el tren vacío, regresando a casa de estar limpiando el estudio de yoga. Estaba leyendo mi nuevo libro, “Her Blood is Gold” (“Su sangre es oro”), honrando la menstruación. Estaba feliz de que tomé un tren local, sin darme cuenta, porque tendría más tiempo para leer el libro que comencé de camino al estudio.
Frente a mí había una pareja joven, con un menor de unos 4, 5 o 6 años, quizás— todavía no soy buena adivinando las edades de lxs niñxs.
Tres paradas antes de la mía, un señor sin camiseta, probablemente en sus 60 años, entró al tren por la puerta contraria a donde yo estaba sentada, y se sentó a mi lado. Su cabello era gris, y tenía unas cortadas sangrando en su nariz y ceja.
Dijo en inglés, “Alguien me robó mi camisa”. Yo sólo lo miré, intentando ser empática y entender, mas quizás estaba aún demasiado biased para hacer las preguntas correctas, para actuar de la mejor manera. Cualquier otra persona, pensé, se hubiera levantado y cambiado de asientos. Eso pienso mientras miro por un segundo a la mujer y al niño frente a mí.
“Me quiero matar”, decía el señor, escupiendo mientras hablaba, hasta que comenzó a golpearse con puños en la cabeza, repitiendo sus palabras; que alguien le robó su camisa, que se quiere matar.
“Por favor, no diga eso; usted no necesita una camisa”, le decía yo en inglés, levantándome al ver que se comenzó a apuñalar, alejándome un poco mientras mantenía mi mirada preocupada sobre él.
De repente, un joven sin camisa extendió su mano con una t-shirt anarajada diciendo, “Toma esta”. Parecía que el joven blanquito justo se la había quitado a mi lado y yo no me había dado cuenta. El señor mira la camisa y dice, “Es small”, en tono de que no le iba a servir. Entonces noté que, a pesar de que el señor se veía relativamente flaco, tenía una panza que me acordó a la niñez en los tan llamados países “en desarrollo” o “tercermundistas”, cuando me decían que era porque tenían “lombrices en la panza”.
El joven le dijo, “Es medium”. Y en este punto intento entender por qué estamos hablando con él sobre la camisa en vez de sobre por qué está diciendo que se quiere matar.
Perdí el hilo de las palabras exactas en la conversación de menos de tres minutos que tuvieron el joven y el señor, pero finalmente el señor no le tomó la camisa y, mientras el joven seguía de pie, el señor salió del tren diciendo unas palabras que no entendí. El joven se sentó con su camisa ya puesta y con una segunda camisa de botones sin abotonar, puesta por encima la t-shirt.
Me dice algo riendo, “No le iba a dar ésta”, refiriéndose a la camisa de botones.
Intentaba yo mantenerme calmada y respirar, seguía pensando en que quería detener al señor de golpearse en la cabeza y no lo hice, con miedo de tocarle; quería sentarme y hablarle y convencerle de que no se mate; debatí en mi mente si debía bajarme en esa parada también y asegurarme de que él estaría bien.
Pero no. Estaba en el tren, me quedé, el tren se movió, life goes on… Or does it? Whose life, anyway?, pienso ahora.
Le agradecí al joven que seguía hablando y sonriendo de manera nerviosa, disculpándose que tuve que pasar por eso, a lo que respondí que estaba bien, que uno se acostumbra a eso en la ciudad. “Sólo espero que obtenga ayuda”, dije en inglés de manera más clara y alta, como intentando escucharme decir algo bonito; el joven responde, “Él necesita querer la ayuda”.
El tren llegó a mi parada y justo antes de eso me vi agradeciendo nuevamente al joven, quizás intentando decirle algo bonito también; le dije, “Fuiste valiente”, y sonrió.
Ahora recuerdo mirar al niño frente a mí mientras el señor aún estaba en el tren; el niño estaba aguantando fuerte la camisa de su mamá, mientras ella miraba su teléfono, alerta, en calma, “Sólo intentado llegar a casa”, pensé.
Saliendo del tren, el joven me deseó las buenas noches y me dijo que tuviera cuidado, cordialidades que respondí de igual forma y deseé haber hablado, en cambio, con la mamá del niño.
De camino a la casa seguí pensando en lo que pasó, sobre lo triste que es que un señor diga que se quiere matar, y en lo intenso de toda la situación, y en cuán calmada me mantuve, y en algunas de las cosas que me hubiese gustado hacer en ese momento, sin castigarme mucho…
Hasta que el siguiente pensamiento llegó a mi mente: ¿Cuándo cobró tanta importancia una camiseta, tanta importancia que un señor quiera matarse por ella y -peor aún- que lo primero que observé sobre el señor cuando entró al tren fue el hecho de que estaba sin camisa?
No pensé en lo que puede significar para alguien verse obligade a andar sin camisa porque no tiene una. No es tan importante, dirán, “preservar la vida es lo más importante”. ¿Pero qué pasa cuando las vidas de otrxs y de todxs dependen de la percepción que tiene la sociedad sobre ellxs?
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